[B]¿Cómo sobrevivir a las interrupciones verbales?JesRICART[/B]
Las relaciones de poder se proyectan en todas las manifestaciones humanas y en las transacciones verbales también. El habla en particular ya permite un caudal de observaciones de con qué formas sutiles o descaradas se impone el poder de cada cual. En las formas de hablar, pronto y rápido la personalidad psicológica queda al descubierto. A diferencia del lenguaje escrito y particularmente el escrito-interactivo en la simultaneidad que demuestra fácilmente las limitaciones del saber, el lenguaje oral puede generar una gran bola de ficciones. En la oralidad ocurren fenómenos extraños: quien menos tiene qué decir es quien puede ocupar mayor espacio sonoro, algo imposible de suceder en el espacio escrito. Veamos qué estrategias se pueden seguir para las avalanchas de verbalías de hablantes que no tienen mucho que aportar pero que son incapaces de quedarse callados y que toca aguantarlos por razones protocolarias.
Vivimos en tiempos duros de intoxicación verbal en los que la peor de las crisis (la falta de ética) campa sin réplicas ni contraataques suficientes. El campo de la política-espectáculo sigue proporcionando en todas partes figurines que hacen de canteras proveedurías de titulares periodísticas pero que no sirve como referentes antropológicos ni como mensajeros de ideas útiles para la comunidad. Ese solo hecho hace pensar que las frases que mas titulares ocupan o mas resonancia tiene en lo mediático no se corresponden con ser las de mayor interés cultural o científico pero sí de mayor interés para el espionaje del chisme.
En el campo de los coloquios privados: en las tertulias amicales, las sobremesas, las visitas familiares… de lo que se habla hay mucho que sobra. La cortesía exige prestar un interés incluso para lo que no lo tiene. Hay conversaciones interminables en los que da la sensación que quien habla lleva años encerrado con la prohibición de hablar o sin haber tenido a nadie a quien descargarle todas sus anécdotas. Hay que considerar la fortaleza de espíritu de alguien que necesita contarle a cada persona que conoce o con la que se encuentra los mismos y exactamente los mismos relatos de su vida. La anécdota es algo, ¡cómo no! a lo que se puede volver una y otra vez y tantas como uno quiera expurgarla si le hace falta hacerlo pero a ese anecdotista necesitado de volcar sus aventuras a la persona-esponja que se las reciba hay que recordarle que tal vez lo haga en un contexto plural con otras personas que esas otras ya se las han oído repetirlas, lo cual significa que puede ponerles en fuga de puro aburrimiento. Eso pasa mucho en las parejas que se encuentran para celebrar lo que sea y uno de los hablantes cuenta a otros lo que ya sabe su partner. Una repetición como recordatorio sirve, Es como un chiste que te hace reír una segunda vez si ha pasado algún tiempo, pero el mejor de los chistes pierde su valor humorístico después de un cierto número de repeticiones, lo mismo pasa con las historias contadas. De eso no se da por enterado el anecdotario que necesita contar las cosas aunque se le informe que ya se conocen. ¿Qué sucede cuando le dices a alguien que ya te dijo lo que te está diciendo? Le dejas sin pretexto para el habla, algo a lo que no está dispuesto a renunciar, por lo que ya que tiene la carrerilla tomada acabará por contar aquello. No se puede olvidar que el habla, de lo qué sea y cuando sea, mantiene el hablante bajo los focos y en el primer plano del objetivo de cámara (metafóricamente, claro). Es la estrella. Seguirá hablando si consigue la atención, dejará de hacerlo cuando no la consiga aunque su tendencia será la de ser centro o desaparecer si no lo es. En las formas más rudimentarias de imposición del poder por la vía hablada es el de dar órdenes y además chillarlas, en las formas más sutiles se ocupa el espacio sonoro con el dictum parcial desoyendo el de otros o no dando la oportunidad para que acontezca. Un indicador muy extendido de imponer el poder por esa vía (a o confundir con el poder de la palabra por su valor de significación y cura) es el de no dar opción a que otros lo compartan explicando sus historias y relatos o dando a conocer sus ideas. Para eso el hablante más verborrágico hace como si no escuchara lo que otros hablantes quieren decir. El verborrelator ignora deliberada o inconscientemente lo que otros puedan aportar a los comentarios generales porque lo que cuenta es su protagonismo en el raca-raca de quien se presta a escucharlo. Para que eso suceda tiene que haber el número mínimo de 3. A partir de esa cifra el tú a tú desaparece o pasa a un grado distinto en el que hay alianzas. Basta que el verborrágico tenga un aliado que lo acepte en su volcado para que el tercero opte por retirarse en lugar de estar perdiendo el tiempo con los otros dos. Hay una situación cómico-social: dos parejas se encuentran y ellas acaban enzarzándose en una espinosa conversación de la que pierden el oremus los otros dos que tal vez prefieren el silencio a la cháchara que los distraen de otras meditaciones solitarias. Desde un momento cero se sabe/sabemos que de todas las divisiones que conviene no olvidar del conjunto de humano, hay una que los divide entre escuchantes y no escuchantes. Tan pronto queda localizado (no hace falta aislarlo para su estudio en el laboratorio de psicolingüística) un no escuchante, el hecho de que sea hablante e incluso muy hablante, no significa que el otro atributo le desaparezca. Es fácil de detectarlo: es quien se levanta de la mesa cuando toca el turno de habla a otros, o se pone a hablar con el de al lado para hacer un subcírculo o solapa con su propia habla otra que ya está en curso o que aprovecha el lapsus, la coma, la toma de respiración del otro hablante para retomar su papel predominante en el juego de la verbalidad. Observando este tipo de individuos se explica que la transmisión del saber en la raza humana cueste tato y que vayan ido pasando los siglos sin que las grades lecciones de la dignidad y la ética se haya internacionalizado definitivamente. Lo paradójico del que habla más es el que menos dice pero lejos de avergonzarse por eso hace de sus historietas los grandes episodios nacionales. Puede tener más o menos gracia o expresividad en contar sus cositas pero lo sorprendente es que consiga ocupar horas y más horas sin dar paso a otras cosas más interesantes. En la condijo de huésped o visitante, al invitado le toca mostrar una cierta deferencia para auditar a su anfitrión incluso cuando lo que cuenta no tiene el menor interés. La estrategia para sobrevivir a esa situación es introduciendo temas de mayor interés pero para que esos cuajen tienen que encontrar público y audiencia. Si lo que predomina es el desquite marujiano las entradas de temas más selectos pueden chocar con las caras de póker de los demás. Como que no resulta fácil enseñar a hablar a alguien que se ha acostumbrada a la cháchara verborraica que la usa como gimnástica bucal y como autoafirmación de su ego a costa de la infinita paciencia de quienes lo aguantan casi no hay otra opción que dejarlo a su libre albedrío mientras se mantenga dentro de unos límites. Como que no se trata de competir con quien más quiere hablar aportando anécdotas que o le interesan lo más recomendable es borrarlo de tu arco comunicativo. No se pierde nada. Esto no significa que cada hablante no tenga un interés tanto para la observación científica como para la escucha, también para destilar lo más interesante de todo lo que pueda decir. El caso es si merece la pena dedicar una velada de media docena de horas o más a personas de temáticas insulsas. Es preferible que alguien haga el resumen de la cháchara. Se le
puede preguntar a este intermediario o sujeto-canal si te has perdido algo. Por su lado las personas-esponja que lo absorben todo y que caen tan bien debido a su capacidad de tragarlo todo son secretarios insubstituibles que todo el oro del mundo no podría pagar sus servicios. Quintaesencian lo escuchado y hacen un parte breve con ello.
Lo grave de los hablantes monopolistas no es tanto que se instalen en ese rol como su pulsión en hacer de únicos protagonistas. Personalmente me atrinchero ante quienes hablan y hablan y no les importa en absoluto lo que puedas decirles. Lo confieso dejo de escucharlos al poco tiempo. Es posible que vean que me retiro a una lectura al lado instalado en la confortabilidad del sofá y del imaginario mientras los demás siguen con aquel palique. Evidentemente paso por raro. Eso no me importa, sé que lo soy y me enorgullezco de serlo. Claro que ningún sujeto dado es una sola cosa y contiene varias personas de las que hablo en otro artículo[COLOR=black][FONT=Helvetica][size=10]$2[/size][/FONT][/COLOR]. Es así que regula sus comportamientos según los ambientes en los que le toca moverse.
Los hablantes que utilizan la voz de tono bajo tienen menos oportunidades de imponer su habla en un ambiente sonoro medio o alto. Por su lado los que chacharean sin parar con un tono suficiente, no para de ocupar el espacio sonoro y no facilitan la entrada conversacional de otros que callan mas, por no decir que la pisan y solapan, es para ubicarlas en el lugar del que no van a salir, centrados en su [B][I]solo-yo[/I][/B].
Para sobrevivir a las interrupciones verbales (indicativo uni-interpretable de desatención y desinterés) implícitas, indirectas, relajos, solapamientos lo mejor es desconectarse de la persona interruptora y recategorizarla como persona poco útil para la comunicación, por tanto no interesante. Se la puede dejar en su báscula egoica y punto. La observación de la escasez cultural focaliza continuamente una innumerable cantidad de detalles de desatenciones que remiten a un patrón abusivo. Cuando me encuentro con ese tipo de sujetos y estoy en la escucha se me viene a la mente que yo podría hacer lo que ellos hacen con todo desparpajo: levantarse en medio de una conversación y luego no retomarla, atender al teléfono y no retomarla, cortarla para decir otro asunto que no viene al caso, encadenarla con otros temas sin agotar el anterior, no mirar a la cara o aparentar oír sin escuchar. No puedo hacerlo. (Busco instructor para que me enseñe a ello). No sé hacerlo. Creo que eso sabotea la comunicación. En cambio no tengo la menor duda en descartar a alguien como comunicante válido si da muestras de interrumpir, de no escuchar ni atender, de no enterarse ni preocuparse por eso.
En la relación escrita en cambio las evidencias de la ignorancia y el estropicio comunicativo quedan mucho más claras. En un primer chat de sondeo cuando una de las partes le dice a la otra que no la entiende y esa otra le hace la observación que sus frases son equívocas porque no pone comas o pausas, además de demostrar sus dificultades para la expresión escrita le demuestra su precipitación egoica al poner el problema de la otra parte y no de la suya. Suficiente para la tachadura de ese individuo. El mundo oral no facilita eso porque los protocolos obligan a mantener el tipo (el rol) hasta el final de una visita, una entrevista, una reunión o una convivencia. Pero ciertamente hay visitas que no se repiten o no tienen un bis porque no han quedado ganas para pasar por un revival de la misma experiencia.
Vivir el mundo desde el silencio o desde el lugar de la observación tiene sus ventajas. Aunque no se hable si se es observador y escuchante el proceso mental reflexivo y la inferencialidad de la empiria son propedéuticos de ideas y elaboraciones. Ante el otro escénico que no para de dar la lata el escuchante puede concluir que no hará/haría jamás tal cosa abusando de la paciencia ajena. Muchos sujetos escénicamente silenciosos nos hemos convertido en escritores para vengarnos desde nuestros escondites de apuntadores de las escenografías consentidas y sufridas. L diferencia entre el texto escrito y la palabrería acústica es que aquel se puede seguir hasta donde se desea abandonando su lectura sin que nadie se sienta herido mientras que ante el verborrágico darle claves para que entienda que lo que dice es sobrante, superfluo, aburrido o repetido, sí lo es.
Este mundo es el que es por falta de transmisión de la experiencia, es decir de las lecciones de la experiencia, y en última instancia por la falta de escucha. Se oye pero no se escucha. Ciertamente hay muchos oyentes que guardan las apariencias sin atender, pero también es cierto que hay escuchantes que involucionan y se reducen a ser oyentes de murmullos porque deducen el poco interés de lo escuchado.
He observado que cuanto menos tiene que decir una persona más habla. Su habla es su coartada para pasar por lo que no es, alguien ilustrado que se nutre de fragmentos. He observado que muchas son orgullosas de su forma verbal y no tienen inconveniente en reconocer que nunca han leído un periódico o han tenido paciencia para leer un libro. Es curioso que quienes menos formación tengan con más capacidad de mensajería se crean. En un estudio comparativo de productividad verbal-oral entre universitarios y no universitarios la hipótesis en la investigación apostaría por una mayor cantidad del lado de los segundos pero también por una menor calidad expositiva con falta de metodología.
Para la escucha crítica, la resistente con las formas decadentes y revolucionaria con los contenidos conservadores rastrea en el hablante paliza una cháchara llena de comas y puntos y seguido sin que haya posiciones enmarcadas en la evaluación de posibilidades distintas con el empleo de conjunciones disyuntivas. [B]Josep Vicent Marquès[/B][B][B][COLOR=black][FONT=Arial][size=10]$2[/size][/B][/FONT][/COLOR][/B][B] al hablar de la letra [I]o[/I] y de la omisión sostiene que en la historia política la “o” ocupa un lugar principal a la hora de resumir soluciones. En el monopolio del habla esa o no se plantea para no pasar el turno de la palabra a otro que enlace una discusión distinta.[/B]
[B]Para que haya una revolución de las estructuras y formas de vida deberá haberla en las formas de pensamiento y habla. No es concebible un ser humano sustancialmente distinto al actual si no se expresa también de formas distintas construyendo pensamiento alterativo. Claro que a estas alturas no hay ninguna ideología revolucionaria acreditada como para que seguir hinchado el concepto de lo revolucionario con tonalidades mesiánicas. [B]Horacio Vázquez-Rial[/B] a propósito de su novela [B][I]El camino del Norte[/I][/B] sostiene un punto de vista llamativo: el de que la revolución es (para su generación) una enfermedad. Le descubrir una frase a la que me anticipé palabra mas, palabra menos”[I]quisimos salvar el mundo y no pudimos resolver ni nuestras propias tragedias”[/I]. En los formatos de habla se comprueba una y otra vez hasta donde está dispuesto cada hablante a comunicar lo verdadero de sí y lo que es más importante a escuchar lo verdadero del otro, a darse tiempo para el otro. Las observaciones no mienten: la conclusión es que por una razón o por otra se recurre a la escapada para no seguir escuchando rollazos o ante el desaliento de no dar con interlocutores validos para depositarle lo nuestro[I].“El olvido también es parte de la memoria y permite mantener el dolor a raya”[/I] dice Vázquez-Rial[/B][B][COLOR=black][FONT=Arial][B][size=10]$2[/size][/B][/B][/FONT][/COLOR][B] y en esa verdad superó mis sospechas iniciales.[/B]
[size=12]$2[/size]
[FONT=Helvetica][2][/FONT] [B]En su sección; [I]diccionari arqueològic.[/I][/B]
[FONT=Helvetica][3][/FONT] [B]8 nov 2006 ADN[/B]