Quien vio esta Pelicula??.. yo la vi y me gusto bastante… pero leyendo esta critica me di cuenta de ke el critico (Alejandro Fernandez) acierta en hartas cosas… pero aun asi encuentro un ataque desmedido al guionista… Julio Rojas… nosew si el es guionista de TV. pero lo ataca todo el rato por lo mismo… en fin… basicamente lo que dice es que, independiente la direccion (Matias Bize), la pelicula se transforma en una serie como “los treinta” pero mas joven y cachonda… ademas ke ellos parten igual que el espectador… y no hablan de un pasado cercano y que no se preocupan pr las acciones… sino que solo es llamar la atencion del publico, pueden pasar cosas tragicas pero al momento se olvida… bueno… les dejo la critica:
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[B]En la Cama - Critica: Revista MABUSE.[/B]
En los primeros segundos de En la cama la abstracción de unas sábanas vistas con ojo casi microscópico y unos cuerpos que apenas se distinguen prometen una película interesante, una verdadera apuesta estética de un cineasta con talento. Lo malo es que basta la primera línea de diálogo para dejar en claro que las buenas artes del director Matías Bize chocan de frente con las malas mañas del guionista Julio Rojas. Porque si En la cama no convence y termina por volverse un trencito en el que a un cliché inútil y exagerado le sigue otro peor, hasta llegar a un final francamente estrepitoso, no es tanto a causa de su director (al menos no en su mayor parte) sino a raíz de un guión que utiliza los trucos más viejos en el arsenal telenovelesco y que es absolutamente incapaz de hablar de lo que la película estaba llamada a hablar y de lo que Bize a veces trata de decir a pesar de las zancadillas que le hace Rojas: de una pareja que llega a un motel movida por una atracción puramente carnal y de cómo esa atracción va atando lentamente lazos más profundos, tal vez de amor, a pesar de ellos mismos.
En la cama tiene desde su origen un serio problema: comienza para los personajes en el mismo momento en que comienza para el público, es decir, los personajes “se encuentran” en la cama de un motel sin que nada en la acción, actitudes o diálogo nos de la impresión de un pasado en común, por breve que este haya sido. En una parte de la trama se cuenta que los dos fueron a una fiesta y que luego Bruno (Gonzalo Valenzuela) llevó en su auto a Daniela (Blanca Lewin), que más tarde ambos pasaron por un bar y que de allí se fueron al motel, pero cuando se inicia la acción da la impresión de que hubiesen sido arrojados a la cama desde el cielo (o desde la página en blanco del guión). En ningún momento hacen alusión a una conversación anterior, a algo visto y escuchado en alguno de los lugares que compartieron esa noche. Vemos su primer revolcón pero es difícil o casi imposible imaginar su primer beso, adivinar quien propuso el motel, en qué momento se hizo evidente que necesitaban un lugar más tranquilo o más cómodo para continuar lo que seguramente debieron de estar haciendo. Incluso después de hacer el amor da la impresión de que ellos no han compartido ni siquiera lo que acaba de pasar. El problema con esta falta de historia en común es que al final es lo único que permitiría generar un cierto grado de intimidad, algo esencial para una película que cuenta sólo con dos personajes y una locación. Cuando dos personajes comparten todo con el espectador y no guardan nada para ellos mismos, ningún código secreto, ninguna complicidad, ninguna historia en común (insisto, por pequeña que esta sea), es difícil generar la sensación de intimidad y se tiene la impresión de estar delante de una masa de cuerpos algo desprovista de alma, algo que se ve acentuado por la forma de filmar las escenas de sexo, durante las que es muy difícil sacarse de la cabeza la imagen de dos modelos perfectos en poses eróticas perfectas y no dos personas de carne y hueso cacheteándose de verdad.
Otro punto en que tropieza En la cama es en la evidencia de su guión, lo patente de la voz del guionista en todo momento, como si lo que tuvieran que decir los personajes no importara tanto como las teorías y desvaríos que a cada paso nos propone Rojas (sus teorías del cine, los monitos animados, los asados de curso, los mitos urbanos, etc.). Daniela y Bruno teorizan y hablan en el mismo lenguaje. Sus discursos son perfectamente intercambiables, algo que al final es una señal clara de que su voz no les pertenece y que es un mero instrumento para que otro diga algo por su boca. Un ejemplo claro de esto es la primera línea de diálogo, cuando Bruno pregunta por el apellido de Daniela. Ella en vez de reír, en vez de hacerse la tonta, le responde sin vacilar “¿Te has fijado que siempre que alguien pregunta por el apellido es porque no se acuerda del nombre?”. Entonces queda claro que más que la relación de ambos, más que lo que a ella y a él le pasa en ese momento lo que en verdad importa es la discusión sobre un tema, en este caso, me imagino, la relamida supuesta hipocresía o doble estándar del chileno. Lo que cuenta es el “ingenio” del personaje (y más que del personaje del guionista que puso las palabras en su boca), hablar de lo que otro quiere hablar y no de lo que es importante o necesario para los protagonistas, lo que pudiera definir sus personalidades y develar su verdadera naturaleza. Si Daniela mantuviera el mismo tipo de discurso toda la noche al menos serviría para definir su personalidad, pero luego vemos que Bruno opina igual, que está loco por decir “cosas inteligentes”, por teorizar sobre cualquier cosa, deseo que estoy seguro no viene de los personajes, de lo que los personajes necesitan en función de una historia llamada a ser mucho más íntima, sino de lo que el guionista quiere decir o demostrar, su ingenio, su “astucia”. Este afán de dotar cada detalle, cada línea de diálogo de un “mensaje” queda claro no sólo en los momentos en que los personajes derechamente teorizan (el instante en que Bruno presenta su teoría del cine debe ser sin dudas uno de los puntos más bajos de la cinta), sino que atraviesa todo lo que dicen, sus secretos e historias. Por ejemplo, en un momento Daniela cuenta la historia de su cicatriz de apendicitis. Lo que comienza como un momento de conocimiento mutuo (uno de los pocos instantes de verdadera intimidad de la cinta) al poco rato se transmuta en algo mucho más “importante”, puesto que la cicatriz esconde toda una historia de soledad y el “impactante” relato de una mujer que Daniela encuentra en el hospital y que se había hecho un aborto mientras sus jóvenes compañeros bailaban desaforados en una disco cercana… “¡oh, juventud desenfrenada e inconsciente!”.
Uno podría hilar un poco más fino y pretender que el lenguaje impostado de ambos personajes es intencional, que es una forma de hablar de una cierta generación (y de una cierta clase social), un mecanismo de defensa que permite esconder la personalidad verdadera. Pero para que eso pueda ser válido al final de En la cama el discurso debería cambiar, desarticularse, rearmarse a partir de otros lugares, de una nueva sensibilidad. Pero eso no ocurre y al cabo de una hora y veinticinco lo único que cambia es el grado de las confesiones, de las teorías, de la apariencia ante el otro, pero nunca su naturaleza esencialmente impostada. Daniela y Bruno nunca terminan de sacarse sus máscaras por más cosas que pasen y por más secretos que se confiesen. Viendo debajo del agua uno podría pensar que incluso eso es premeditado, que la idea era precisamente mostrar una pareja que nunca podrá dejar atrás su juego de roles, que nunca llegará a tocarse y conocerse. Sin embargo esta posibilidad de interpretación se anula al final, a causa de la última (y bastante ridícula por lo demás) confesión mutua y su carácter supuestamente definitivo y revelador. Tras dicha confesión no queda otra posibilidad que pensar que ambos sí se encontraron, sí se acercaron y fueron capaces de verse sin máscaras. Si la idea hubiese sido retratar la imposibilidad de comunicación o comunión real de la pareja, el final debió de haber sido distinto, con ambos personajes más lejos aún de lo que estaban cuando cayeron en el colchón.
Un último problema, tal vez el más serio, es que para hablar de un tema sin duda interesante y que llamaba a tener un cuidado y una sensibilidad especial, se recurriese sin vergüenza a los trucos más viejos y manoseados de la tradición televisiva, a los lugares comunes más descarados, como un juego de video en el que se va avanzando y en el que los obstáculos son cada vez más grandes, evidentes y por lo mismo cada vez más inverosímiles. Incapaz de construir un arco dramático sobre la base de detalles, de la intimidad y de la sutileza que pedía a gritos la historia de Bruno y Daniela, Rojas opta por levantar el entramado de emociones de En la cama en base al desvelamiento de secretos (igual que en una teleserie donde a poco andar nos enteramos que la protagonista es hija del dueño de casa, hermana de su amado, madre del hijo abandonado en el primer episodio, etc.) y la aparición de elementos “sorpresa” (la protagonista de la teleserie queda ciega, luego embarazada, es curada por el médico que se enamora de ella, etc.). En la cama comienza con confesiones menores, con conflictos más o menos cotidianos pero rápidamente, una vez “agotados” estos elementos, comienza a dar pasos cada vez más “audaces” hasta llegar a un final de apoteosis en el que Bruno no sólo tiene polola y se va a estudiar a Bélgica la semana que viene, sino que es además culpable de la desaparición de su hermano en un supermercado hace una chorrera de años, secreto que por supuesto, Daniela es la primera persona en conocer… ¡plop! Daniela no se queda atrás y al final resulta ser no sólo bulímica, sino que novia (se va a casar la semana que viene) de un hombre que la golpea.
Según la regla televisiva, así como los secretos deben ir subiendo de tono, también los acontecimientos, las supuestas “sorpresas” tienen que ir en un claro in crescendo, no vaya ser cosa que el telespectador se aburra y cambie de canal. Es así que al poco andar ya no basta un polvo hecho y derecho como el del principio, sino que hay que agregar que en medio del fragor de la batalla Bruno diga el nombre de su novia (algo que a Daniela le importa muchísimo, como si fuesen novios de años) y que después de una nueva patita en el ring de cuatro perillas al galancete se le rompa el condón. Como una carrera de obstáculos, cada tema será olvidado apenas unos minutos después (al cabo de un rato Daniela no se acuerda de la ofensa del nombre de la otra y pasado otro tanto se le olvida que hasta puede estar embarazada), quedando así claro que lo que importa no es lo que pasa o sus efectos en la relación entre ambos, sino que simplemente pase algo, cualquier cosa, mientras más extrema mejor (incluido el sempiterno baile erótico, las llamadas telefónicas perfectamente sincronizadas y con la pantalla dividida en dos, los ruidos en la pieza de arriba, etc.), con tal de ganar la atención del espectador.
Esta estrategia de telenovela o reality-show es lo que más daña a En la cama, más que sus desvaríos sobre temas peregrinos, la falta de intimidad o la confusión y falta de claridad respecto del juego de máscaras de ambos personajes, y es lo que finalmente termina por liquidar cualquier esperanza de contar con una película como la que hubiese podido hacerse, una película íntima, sensible, entrañable. Es esa sensación de haberse subido a una montaña rusa televisiva lo que al final deja el triste sabor de boca de haber visto un capítulo de Los Treinta algo más joven, calentón, denso y claustrofóbico, pero televisión desechable al fin y al cabo.
Al menos un par de veces los personajes se miran y se dicen “vámonos”, y sin embargo no se van, más que porque tengan un motivo para quedarse simplemente porque la película no ha llegado a su fin. Si fuera una película de Ruiz los personajes seguramente lo dirían así, sin pelos en la lengua. Siendo un guión de Julio Rojas lo más probable es que descubran un muerto debajo de la cama y se tengan que quedar no más.
Pero hablar sólo de las deficiencias del guión de Rojas no es hablar con justicia de En la cama, porque por algunos breves momentos la película es capaz de escaparse de la verborrea e incontinencia episódica que caracteriza a su guión y entregar algunos momentos que sin llegar a ser brillantes, al menos acercan la película al tono que debió de haber tenido para cumplir su promesa de ser una película íntima y sensible sobre dos personas que se acercan hasta casi tocarse. Hay por momentos una forma de mirarse de ambos, un acercarse en la cama que parece auténtico, y sobre todo cerca del final hay una urgencia, una angustia en ambos, una indefensión en Lewin y una torpeza en Valenzuela que bien podría ser una señal de que algo ha surgido entre ellos sin que nada de lo dicho o visto nos hubiese dejado verlo antes. Y ese es un mérito exclusivo de Bize, que es capaz de callar por un momento el discurso de Rojas y meter de contrabando un sentimiento, la sensación de que algo ha quedado allí, en esa pieza de motel para siempre, algo que no volverá a repetirse.
Es curioso, pero al final de En la cama terminé asociando ese sentimiento al hecho de haber visto una película que pudo haber sido y no fue por culpa de la pretensión un tanto adolescente de Rojas. Aunque también en parte (pensaba a la salida del cine) por la ceguera de Bize para darse cuenta de que el guión de En la cama no estaba a la altura de la película que seguramente pudo haber hecho.
En la cama
Chile, 2005
Dirección: Matías Bize
Producción: Adrián Solar, Christoph Meyer-Wiel
Guión: Julio Rojas
Fotografía: Gabriel Díaz Cristián Castro
Montaje: Paula Talloni
Música: Diego Fontecilla
Elenco: Blanca Lewin, Gonzalo Valenzuela
85 minutos