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[/INDENT] Pocas personas han experimentado el viaje al espacio, pero aún menos personas han experimentado el olor del espacio. En principio esto suena extraño, parece raro que una cámara de vacío pueda tener olor y que los humanos puedan vivir para oler ese olor. Parece tan improbable como escuchar sonidos en el espacio, pero aún así el espacio posee un olor definido. Siendo criaturas atmosféricas solo podemos oler el espacio indirectamente. Un poco como la serpiente de cascabel que mueve su lengua en el aire y luego la aprieta contra el paladar de su boca, donde unos sensores procesan las moléculas absorbidas por su vibrante apéndice.
Yo he tenido la suerte de operar la esclusa de aire para dos de mis compañeros tripulantes, cada vez que salían para efectuar varios paseos espaciales. En cada ocasión, cuando volvía a presurizar la esclusa, abría la escotilla y daba la bienvenida a los dos cansados trabajadores al interior, un olor peculiar provocaba un cosquilleo en mi sentido del olfato. Al principio casi no podía ubicarlo. Debía de venir de los conductos de aire que represurizaban el compartimento. Luego, me di cuenta de que este olor venía de sus trajes, casco, guantes y herramientas. Era más pronunciado en las superficies de plástico que en las metálicas. Este olor es difícil de describir; definitivamente no tiene un equivalente olfativo como el que nos invade cuando tratamos de describir la paleta de sensaciones que te produce una nueva comida, nada parecido a un “sabe a pollo”. La mejor descripción que puedo hacer es “metálica”; una sensación metálica dulce y bastante placentera. Me recordó a mis veranos de universitario, cuando trabajaba durante horas con un soplete de soldadura con arco eléctrico reparando maquinaria pesada para una pequeña empresa aserradera. Me recordó el placentero y dulce olor de los humos de la máquina de soldar. Ese es el olor del espacio.
Traducido de The Smell of Space (Autor: Don Pettit, Oficial Científico de la ISS)
(fuente: www.maikelnai.es)