[CENTER][B]Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra[/B]
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[CENTER][B]Recinto Santo Tomas de Aquino.[/B]
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[B]Juan Pablo Jáquez González[/B]
[B]ARTURO ANDRÉS ROIG. [/B]
[B]TEORÍA Y CRÍTICA DEL PENSAMIENTO LATINOAMERICANO[/B].
Edición a cargo de Marisa Muñoz, con la colaboración de Pablo E. Boggia, Enero 2004.
La filosofía se caracteriza por ser un tipo de pensamiento que se cuestiona a sí mismo. En tal sentido podría afirmarse que, aun mucho antes de la aparición de Kant, la filosofía se ha organizado como saber crítico, si bien es a partir del filósofo alemán cuando se tomó una clara conciencia tanto de ese carácter como de su necesidad.
En cuanto crítica, la filosofía supone además una filosofía de la filosofía. Es decir, lo crítico no se reduce a una investigación de los límites y posibilidades de la razón, con una intención exclusivamente epistemológica, es algo más que esto. De este modo, la filosofía, una vez que ha determinado sus posibilidades mediante un cierto tipo de crítica, que en el caso kantiano es llevada a cabo en dos niveles, el lógico-trascendental y el antropológico, no puede menos que organizarse sobre una cierta normatividad. Lo crítico mismo exige necesariamente lo normativo, como cosa interna de la filosofía.
Ahora bien, sucede que la filosofía es una práctica y que no toda práctica es necesariamente “utilitaria” en el sentido peyorativo que el valor “útil” muestra en los pensadores que entienden la filosofía dentro de los viejos esquemas del saber contemplativo, y en cuanto práctica contiene una normatividad que le es propia, no meramente añadida.
Cuando fue planteada la necesidad de una filosofía americana, por parte de los jóvenes argentinos que integraron la Generación de 1837, la filosofía aparecía enunciada con un sentido normativo fuertemente programático, dentro del cual se destacaba como pauta básica la exigencia de partir de una autoafirmación del hombre americano como sujeto de su propio pensar.
De acuerdo con lo que venimos diciendo, una teoría y crítica del pensamiento latinoamericano ha de tomar como punto de partida la problemática esbozada, relativa a lo que hemos denominado [I]a priori[/I] antropológico. Ella se centra sobre la noción de sujeto y pretende ser una reflexión acerca del alcance y sentido de las pautas implícitas en la exigencia fundante de “ponernos para nosotros y valer sencillamente para nosotros”.
Ahora bien, ese sujeto que se afirma o se niega a sí mismo, es inevitablemente un sujeto de discurso, dicho de diverso modo, se trata de un sujeto en acto de comunicación con otro, por donde la exigencia formulada nos habrá de llevar a la deducción de un conjunto de normas, todas las cuales suponen necesariamente a aquélla y que son, tanto relativas al sujeto que hace filosofía, como, inevitablemente y a la vez, al discurso que enuncia ese sujeto que filosofa, en la medida en que discurso y sujeto del discurso puedan ser escindidos.
El problema es complejo. En efecto, esta atribución de identidad, lo es también, espontáneamente, de “objetividad”, y cabe que nos preguntemos si esta segunda atribución no depende de un [I]a priori[/I] organizado como parte de nuestro propio discurso. Deberemos decir que “América Latina” puede ser mostrada [I]a posteriori[/I] como una, a partir de ciertos caracteres que según un determinado consenso constituyen su “realidad”, pero que también la postulamos como una [I]a priori[/I]. Esto se debe a que se trata, como ya hemos dicho, de un ente histórico-cultural en el que tanto peso tiene el “ser” como el “deber ser”. Dicho de otra manera, el ser de América Latina no es algo ajeno al hombre latinoamericano, sino que se presenta como su proyecto, es decir, como un deber ser.
Lo que ahora señalamos como “América Latina” es, como hemos dicho, un ente histórico-cultural que se encuentra sometido por eso mismo a un proceso cambiante de diversificación-unificación en relación con una cierta realidad sustante. No siempre se ha partido, por tanto, de una misma diversidad, ni se ha asumido esa diversidad desde una misma idea de unidad, y pueden señalarse como consecuencia horizontes de comprensión diversos. Es posible hablar, de esta manera, de una historia de los modos de “unidad”, desde los cuales se ha tratado o se trata de alcanzar la comprensión de la diversidad.
Esta situación no es exclusiva de América Latina y puede ser considerada también respecto de Europa, más aún, debe serlo necesariamente.
Hemos dicho que el comienzo de la filosofía americana depende de aquella afirmación de Hegel a la que consideramos en su sentido normativo y por eso mismo a priori, la de “ponernos a nosotros mismos como valiosos”. Dicho de otro modo, no hay “comienzo” de la filosofía sin la constitución de un sujeto.
Carlos Vaz Ferreira constituye para nosotros uno de los ejemplos que podemos señalar de ese recomienzo del filosofar en América Latina, cuyos momentos deben ser rescatados para alcanzar una respuesta al problema tantas veces planteado de si existe o no una filosofía latinoamericana. Más allá del horizonte de comprensión epocal dentro de cuyos márgenes se mueve el pensamiento de este filósofo, como de cualquier otro, podremos encontrar ese sujeto que, a través de diversas formulaciones, ha ido dando nacimiento a un pensar propio (Roig, A., 1971b ; Ardao, A., 1978).
Tal vez sea conveniente volver otra vez a Hegel y repensar su respuesta ante el problema de América. En las [I]Lecciones sobre la filosofía de la historia universal[/I], nos dice su autor, en un célebre texto, lo siguiente:
[I]“América es, pues, el país del porvenir, donde en los tiempos futuros se manifestará, en el antagonismo de la América del Norte, puede suponérselo, con la del Sur, el peso de la historia universal: es un país de sueño para todos aquellos que fatiga el depósito histórico de armas de la vieja Europa. La América debe separarse del terreno sobre el cual ha transcurrido hasta ahora la historia universal. Lo que ha sucedido allí hasta ahora es tan sólo el eco del viejo mundo y la expresión de una vida ajena; ahora bien, como país del porvenir, no nos interesa aquí, de una manera general; pues, en relación con la historia tenemos que ver con lo que ha sido y lo que es, mas, en filosofía, ni con lo que ha sido ni deberá ser solamente, sino con lo que es y eternamente será, con la razón, y con ella tenemos bastante trabajo. (Hegel, 1940: I, 90)”.[/I]
Ahora bien, retomando nuestra historia, llegó un momento en el que el hombre europeo dejó de ser el único que hablara del hombre colonial y que éste comenzó a ocuparse de sí, ciertamente con el mismo lenguaje, pero, en ocasiones y tal como hemos tratado de mostrarlo, con una intencionalidad distinta. En el rescate de esos momentos se encuentra la posibilidad de una historia de la filosofía latinoamericana, dada como sucesivos recomienzos dentro de un marco de unidad no difícilmente reconstruible. En ese ya largo proceso, no bien conocido aun para nosotros, de lo que el hombre americano dijo de sí, llegó también un momento en el que se reproduciría un hecho en alguna manera semejante al que hemos mencionado. Nos referimos a algo muy reciente que ha tenido lugar dentro de una de las líneas de desarrollo de las ontologías elaboradas en América Latina en las décadas de los 50 y 60.
No es casual que la problemática de una “filosofía americana” apareciera, pues, dentro de la búsqueda de un “discurso propio”. Más, tampoco lo es, que el “americanismo literario” acabara por confluir, en particular en Sarmiento, en un quehacer que no era ajeno a aquella filosofía, aun cuando fuera manifestada a través de otros recursos expresivos. Filosofía y literatura surgieron ambas en manos de estos escritores, con un fuerte sentido social y fueron, por lo menos en sus inicios, “filosofía social” y “literatura social”. No se desarrollaron, por lo demás, ajenas a un saber histórico y ambas fueron, en sus expresiones más importantes, filosofías de la historia. De ahí que la filosofía, si bien con formas académicas, en el caso de Alberdi, o acompañada de un brillante ropaje literario, como sucedió en el [I]Facundo[/I], estuvo presente en ambos, y en los dos podríamos intentar desentrañar cuáles eran las condiciones que pensaron como necesarias para la elaboración de un discurso propio.