[B][SIZE=“5”]Lucro o calidad[/SIZE][/B]
No como un chiste, sino con la rigidez propia de las aflicciones que vive hoy su Gobierno, la Presidenta nos ha anunciado esta semana que va a abolir el lucro y la selección en gran parte de la educación chilena.
[B]Abolir el lucro suena bien, porque lucrar le huele a podrido a casi todos los chilenos que no pasaron por la experiencia socialista de Al[/B][B]lende.[/B] El lucro, a esas generaciones sin vivencia histórica real, les suena mal, porque lo asocian siempre al otro, al explotador, al chupasangre, al gordo del puro que maneja un Meche; ahora, al sostenedor que se llena los bolsillos con la plata del pueblo y se embucha los recursos del Estado.
Es lógico que esta buena gente reaccione así, porque todos sabemos que los electores y funcionarios concertacionistas, por definición nunca lucran, repitamos, no lucran jamás. No lucra el profesor PPD que cobra su sueldo, no; no lucra el empresario DC que hace la limpieza en un colegio o aporta uniformes al sistema escolar, no, no lucra; ciertamente no lucra el funcionario PS del Ministerio al que le pagan por supervigilar hasta el agotamiento (del establecimiento, no suyo) el cumplimiento de metas absurdas; no, no lucra tampoco el padre o apoderado bacheletista que paga mucho menos que lo que debiera por la educación; por cierto no lucra de ningún modo el coimero o recortador estatal; no, en el ethos concertacionista, nadie lucra, nunca jamás.
Sólo lucra, como sabemos, el sostenedor, el nuevo chupasangre que engrosa ahora la lista iniciada por Escalona con los empresarios y subcontratistas.
Abolir la elección de escuela también se explica, porque desde que se logró evitar la ENU, hemos sido condenados a un sistema de múltiples opciones educativas: vaya desdicha poder postular a variadas orientaciones, ubicaciones, niveles de exigencia o modos de integración social. Nos lo ha dicho Carlos Peña muchas veces: la cuna no debe operar (pero como ningún niño se inscribe a sí mismo desde la cuna, digámoslo en castellano, los padres no debe ni intentar siquiera elegir). Mucho más lógica es la lista ciega, el sorteo, el kinoingreso, la bachilotería.
Todos sabemos también que ningún concertacionista elige, nunca, jamás, entre varias opciones educativas; ninguno tiene a sus hijos en colegios privados subvencionados ni privados pagados; muchos menos en esas elitistas universidades privadas o católicas. No, todos quedaron en la escuela A-329 o en la B-34 en virtud del sorteo. Y después coparon las vacantes en las universidades del Estado. Uno que entró por error a la ARCIS, se salió, porque descubrió que era privada, aunque cercana al PC.
Ya lo decía Frossard: el socialismo no es una economía; es una metafísica a base de rechazo: rechazo de la condición humana.
Gonzalo Rojas Sánchez