Como estudiante me embarga una profunda tristeza al observar el funcionamiento de la política universitaria, tristeza que se exacerba al constatar la situación interna del movimiento estudiantil. La promesa de la universidad, un espacio para la formación crítica y el cambio social, se ve constantemente amenazada por una estructura que reproduce las mismas desigualdades y alienaciones que criticamos. En otras palabras, la universidad, en su funcionamiento cotidiano, se convierte en un reflejo de la sociedad capitalista que buscamos transformar.
Nuestras carreras nos forman para comprender la historia como un proceso de lucha de clases, un proceso dialéctico donde la dominación y la resistencia se enfrentan constantemente. Sin embargo, la experiencia universitaria, lejos de ser un espacio de praxis revolucionaria, se caracteriza a menudo por una burocracia opresiva que sofoca el espíritu crítico, la creatividad y, sobre todo, la inclusión. Esta opresión se manifiesta también en la falta de verdadera democracia estudiantil. Mientras se nos habla de participación y representación, la realidad es que la voz de muchos estudiantes se pierde en la maraña burocrática. La creación de un sistema donde solo tres estudiantes nos representen a todas las carreras ante las autoridades universitarias es, en sí misma, un indicativo de la limitada participación estudiantil. ¿Cómo puede una pequeña representación capturar las necesidades y preocupaciones de toda la comunidad estudiantil?. Se requiere un cambio profundo que fortalezca la democracia estudiantil, ampliando los canales de participación y asegurando una representación más justa y efectiva.
Hablamos en clase de equidad, diversidad y libre expresión, pero nos encontramos con una institución que, a través de sus autoridades y mecanismos de control, limita nuestra capacidad de ejercer estos principios fundamentales. La ironía es lacerante: se nos enseña a defender la emancipación, mientras que se nos somete a un sistema que perpetúa la alienación.
La contradicción se agudiza al observar la disparidad en la calidad docente. Si bien la mayoría de nuestros profesores en PEE son excelentes (como en todo, hay excepciones), la situación en otras carreras, como Castellano, Matemáticas, o Historia, es preocupante. ¿Cómo es posible que las autoridades y algunos profesores hagan oídos sordos a las atrocidades que sufren nuestros compañeros? Se nos forma para ser docentes, pero la ética y la moral de algunos miembros de la comunidad universitaria contradice abiertamente lo que predicamos en las aulas. Esta situación no es simplemente una falla técnica; es una manifestación de la alienación estructural propia del sistema, donde la mercantilización de la educación prima sobre la formación integral del estudiante.
Esta contradicción entre la teoría y la práctica se extiende al propio movimiento estudiantil. La falta de unidad y coordinación entre los diferentes centros de estudiantes es alarmante. Se prefiere la resignación al “no se puede” o el “no es factible” a la acción colectiva. Observo con tristeza cómo algunos representantes priorizan los intereses individuales o de sus propias carreras, reproduciendo así la competencia dañina y el individualismo que tanto criticamos. Esta falta de unidad debilita nuestra capacidad de presión y perpetúa un sistema donde la voz de los estudiantes es silenciada. Una democracia estudiantil fortalecida, con mecanismos efectivos de participación y representación, podría contrarrestar esta fragmentación.
La misión de nuestra Universidad del Bío-Bío proclama una comunidad pluralista, democrática, participativa y colaborativa, que fomenta la interculturalidad, la inclusión y la justicia social. Sin embargo, esta noble declaración queda desdibujada ante la realidad cotidiana: la hostilidad, los chismes y la resistencia a la crítica constructiva entre estudiantes, profesores y administrativos. Esta es la alienación que nos da la imposibilidad de ver la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, la incapacidad de actuar de manera colectiva para cambiar las condiciones que nos oprimen.
Es momento de romper con esta alienación. Debemos asumir la lucha como un proceso colectivo, entendiendo que somos la base de la transformación social. Debemos recordar que la unión hace la fuerza, no solo como una frase altisonante, sino como una praxis concreta que nos permita alcanzar una universidad que refleje los principios de justicia social, equidad y democracia que tanto predicamos. Debemos exigir una verdadera democracia estudiantil, con mecanismos de participación que garanticen que la voz de todos los estudiantes sea escuchada y considerada. SOMOS MÁS QUE UN NÚMERO, somos los futuros docentes, los agentes de cambio capaces de transformar la realidad. El futuro de la educación, y de la sociedad, depende de nuestra capacidad para organizarnos y luchar unidos.
Ischley Melgarejo Oliva
Presidenta del Centro de Estudiantes PEE
Universidad del Bío-Bío, Campus la castilla.