Las universidades que Chile necesita
¿Qué diferencia existe entre el ministro Andrés Velasco y sus colegas de algunos países latinoamericanos? Probablemente la más importante para su cargo esté dada por las miles de horas que el primero dedicó al estudio mientras los otros creían que arreglaban el mundo. Esto vale para jueces, médicos, filósofos y entrenadores de fútbol. No basta con la buena voluntad; es necesario aprender a realizar un trabajo de calidad. Los profesores universitarios nos topamos de vez en cuando con una categoría muy particular de alumnos perezosos: los que huyen del estudio haciendo muchas cosas. Esta es una forma de pereza muy difícil de corregir, porque el que la sufre no es consciente de que está malgastando sus talentos. ¿Y quién paga? Chile, Latinoamérica, el mundo, porque cuando esas personas llegan al gobierno del Estado o de una empresa, lo hacen mal, por más que se escuden en la solidaridad, el mercado o la categoría ideológica que más les convenga para parecer inteligentes. La auténtica solidaridad no mira al estudio como una carga, sino como un aliado imprescindible.
Hay universidades de muy diverso tipo y no se puede definir a priori un modelo óptimo. Algunas están en el centro de la ciudad, otras prefieren la calma de un campus; las hay gigantescas, como la Unam mexicana, y pequeñas como Princeton. En Chile mismo las diferencias son enormes no sólo por la edad, sino por el estilo de los diversos centros académicos. Sin embargo, por encima de esa enorme variedad, hay un rasgo que identifica a las buenas universidades, que es, por así decirlo, una “cercana lejanía” para observar los problemas de la sociedad. El académico quiere ver las mismas cosas que el resto de los mortales, pero a la vez se toma un poco de tiempo para darles una vuelta más. Quiere ser la suya una activa tranquilidad, que reemplace las descalificaciones por el difícil arte de escuchar. Si una universidad no logra crear un ambiente de serena reflexión, estará condenada a repetir consignas ajenas y no hacer nada de provecho.
El universitario debe tener el valor de trabajar a largo plazo. Podremos estar de acuerdo o no con esas iniciativas, pero sin la Escuela de Economía de la Universidad Católica y su trabajo de décadas en la formación de estudiosos de esa disciplina en conjunto con Chicago la historia de Chile, para bien o para mal, habría sido muy diferente. Hoy nos parece muy normal que el Estado deba responder ampliamente por los actos y omisiones de sus funcionarios, pero detrás de esa realidad está un trabajo de décadas que se llevó adelante en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Las ideas cambian a los países. A veces no son las universidades, sino centros de pensamiento, como Flacso o el CEP, que realizan funciones análogas en el campo de la investigación.
Todos esos centros académicos son muy diferentes, pero en esa variedad hay una enorme riqueza. Los académicos lo saben y por eso es habitual que colaboren en proyectos que reúnen una notable mezcla de ideas y disciplinas. La ciencia tiende naturalmente a buscar caminos de convergencia. El espíritu universitario no se alimenta de antagonismos, sino de colaboración; no margina ningún proyecto, sino que tiene los ojos abiertos para aprender de todos.
Esta diversidad de proyectos universitarios se ha ido dando de modo muy natural con el correr de los años. Resulta muy interesante, por ejemplo, leer en las Memorias de don Abdón Cifuentes su idea de fundar una nueva universidad, la Católica, que viniera a sumarse a la Universidad de Chile, no para reemplazarla, sino para presentar a Chile un proyecto diferente. Y lo mismo puede decirse de tantas iniciativas visionarias que han surgido en estos años, fruto de la creatividad de personas y agrupaciones. ¿Qué quedará de todo esto? ¿Cuál será su evolución? No lo sabemos, salvo que probablemente llevará a un mejoramiento de la enseñanza superior en Chile.
La apasionada tranquilidad que caracteriza al mundo universitario no tiene nada de egoísmo o indiferencia. Quien haya estudiado en serio y comprenda el sentido de la disciplina que ha cultivado descubrirá que su “saber más” no lo pone en una posición de narcisista superioridad, sino que le impone un serio deber de servicio a los otros. Andrés Bello, Ignacio Domeyko, Jaime Eyzaguirre, Jorge Millas, Mario Góngora y tantos más son un buen ejemplo de que, más allá del lugar de la ciudad en que uno se halle, la contribución que uno puede prestar al país depende de la altura de miras con que enfrente los problemas que tiene delante.
JOAQUÍN GARCÍA-HUIDOBRO CORREA
Universidad de los Andes
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