Un estudio preliminar identificó un total de 273 investigaciones chilenas que fueron utilizadas para validar 562 patentes registradas en Estados Unidos durante el período de análisis 1987-2003.
Es una gran noticia chilena, posible de valorar, aunque, por ahora, imposible de cuantificar en su trascendencia, según sus autores.
Por el perfil de las revistas que publican los trabajos chilenos -en 25 de las más relevantes de circulación internacional- y las fechas de su evaluación, éstos corresponden principalmente al corazón mismo que alimenta la ciencia chilena: el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, Fondecyt.
“Fue una gran sorpresa constatar estos resultados, que nos demuestran de manera clara y contundente que tanto Fondecyt como los estudiantes de doctorados, los hacedores de la ciencia, son lo más sustantivo si queremos innovar en este país”, expresa Manuel Krauskopf, rector de la Universidad Andrés Bello, también conocido como medidor del quehacer científico.
La autoridad tiene este “informe bomba” -como dice- recién afinado en su primera etapa y aún no lo comparte ni con sus pares científicos.
Estaba extasiado: muchos chilenos pusieron un ladrillo en un gran edificio de un país desarrollado; muchos productos del mercado internacional tienen hoy la huella de “pensado en Chile”.
Pero muchos de esos autores no lo saben. Fueron los más sorprendidos. Al recordar la publicación y la fecha, empezaban emocionados a hilvanar la madeja.
Krauskopf decidió compartir la noticia con el país, en particular con los que diseñarán la futura “Estrategia nacional de innovación para la competitividad”, proyecto de ley en el Senado.
En el estudio participaron investigadores de la Universidad Andrés Bello y del Instituto Milenio de Biología Fundamental y Aplicada, que dirige Pablo Valenzuela, en colaboración con el equipo de Francis Narin, de Estados Unidos, quien contribuyó a impulsar el diseño de políticas científicas de ese país.
Encabezan la lista de investigaciones citadas en las patentes de Estados Unidos la Universidad de Chile (249), la Universidad Católica de Chile (157), la Universidad de Concepción (44), la Universidad de Santiago de Chile (39) y la Universidad Austral de Chile (37). Siguen la Universidad Federico Santa María, el Centro de Estudios Científicos de Valdivia y la Clínica Las Condes.
Nuestra ciencia obtuvo el mayor impacto en el área de ciencias biomédicas, que incluye bioquímica, biología molecular e investigación clínica. Con resonancia seguida se sumaron química, biología e ingeniería. Empresas farmacéuticas y biotecnológicas fueron las que se llevaron parte de la tajada (ver recuadro).
Legalmente suyo
La teoría de Krauskopf, y la de muchos otros científicos -no de todos-, es que hay que dejar fluir la libertad del investigador para que salga lo mejor.
Lo exige el Fondecyt. Los investigadores, al momento de postular a los proyectos, deben principalmente evidenciar la excelencia de los mismos y sólo complementar sus proyecciones o aplicaciones.
Claro que, en este caso, la inspiración fue legalmente aprovechada -no robada- por empresas estadounidenses y grandes consorcios.
En parte de la vía de generar conocimiento hay una suerte de trampa. En los papers, los científicos sí tienen que dar cierta orientación a sus trabajos para que salgan publicados; algo así como un contexto relevante para un destino probable.
Ojos espías, entonces, saben manejar y asociar muy bien esta información.
Algunos hacen, otros aplican. No siempre las dos cosas se dan a la vez. Pero en Chile, hasta el presente, conocimiento y patente no se pueden dar a la vez, según el artículo nueve del Decreto DFL 33 de 1981 que creó Fondecyt.
Los investigadores están literalmente amputados. Si su conocimiento es patentado, tienen que devolver todos los recursos que recibieron. Como ningún científico chileno está en condiciones de hacer esto, prácticamente no patenta.
Ese decreto fue concebido cuando no había cultura de protección del conocimiento, en un momento en que se asociaba este proceso a una rápida obtención de dinero.
No ocurre lo mismo con los otros fondos del Estado, como el Fondo de Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico (Fondef), que partió en 1991.
Su director, Jorge Yutronic, informa que actualmente hay en proceso de registro 104 patentes chilenas, con cerca del 70% en oficinas de Estados Unidos y de otros países.
“Estamos muy felices con los resultados de este estudio”, dice Claudio Wernli, director ejecutivo de la Iniciativa Científica Milenio, creada hace seis años. Sus cinco centros producen 12 patentes por año, casi todas para su registro en oficinas internacionales.
Consultado el ministro Sergio Bitar sobre tan paralizante cláusula de ese decreto respondió: “En las próximas semanas enviaremos al Congreso un proyecto de ley que moderniza el artículo nueve que elimina la restricción de devolver el dinero asignado en caso de patentar”.
El ministro Bitar está contento. Sabe que ese decreto empantana la innovación chilena. Está decidido a impulsar un ambicioso plan de cultura de patentamiento en el país.
Lección de innovación
“La mejor inferencia que podemos sacar de este trabajo sobre patentes es que Fondecyt -especifica Manuel Krauskopf-, a medida que partía tímidamente en 1982, nunca pensó que, cinco años después de echar a andar su motor de conocimiento, iba a servir para desarrollar innovación en otras partes del mundo”.
Patricio Velasco, director de Fondecyt, destaca que “estas cifras demuestran que la investigación chilena es de alto estándar y competitiva a nivel internacional, lo que constituye la base para materializar el fomento a la obtención de patentes en Chile”.
El interés del Instituto Milenio y de la Universidad Andrés Bello era preguntarse acerca del valor de la ciencia chilena, independientemente de lo que ello signifique en patrimonio cultural. Una pregunta legítima tras cumplirse más de 20 años de un sistema nacional que financia regularmente proyectos sobre la base de méritos y propuestas como lo es Fondecyt.
Obtuvieron su primera respuesta, porque el estudio seguirá siendo completado para comparar cifras. Pero lo importante para ellos es que “sus datos preliminares dan sustento a lo que debería hacerse para que Chile triunfe en su camino hacia la innovación”.
Para Manuel Krauskopf, la esencia del problema está en lo que no se dice. Según estudios de Francis Narin, el 75% de las patentes de los países desarrollados utilizan el conocimiento generado de la investigación pública, que invierte tres veces menos en investigación y desarrollo que el sector privado.
A juicio de Krauskopf, el fenómeno obedece a la libertad de los investigadores; para otros, a la profundidad de las investigaciones. Al menos aquí o en cualquier coordenada del planeta existe la convicción de que sin ciencia no hay innovación. De hecho, en la última década, las patentes en EE.UU. triplicaron las citas científicas.
En opinión de Yutronic, el estudio chileno-estadounidense es “una señal positiva de maduración de la ciencia chilena”.
Al igual que el ministro Sergio Bitar, piensa que lo más importante que está sucediendo en Chile es la transformación del sistema científico que hará pronto la estrategia de innovación, que demanda seguir fortaleciendo a Fondecyt, elevar la tasa de doctorados y apostar a áreas prioritarias de desarrollo para Chile.
Aunque no con el mismo nombre, todos los actores que empujan a ese Chile con capacidad de crear conocimiento y patentar hablan de la necesidad de echar a andar a la “triple hélice”, un triángulo de encuentro dinámico entre Gobierno, universidades y empresas. El escenario de la ciencia chilena se está poniendo entretenido para todos.
CIENTÍFICO TOP
Vida de película
Rafael Vicuña, bioquímico de la Universidad Católica de Chile, es el científico “más aprovechado” de EE.UU., con citas de sus trabajos en 34 patentes. Su historia es fenomenal. Luego de ser un estudiante de doctorado en Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, quince años después regresa a la misma ciudad unas 12 veces al año con limusina a la puerta de su hotel cinco estrellas. Él y otros dos científicos -uno fallecido y otro desaparecido- habían caracterizado una curiosa enzima termoestable, nada menos que la misma que hoy permite amplificar el ADN y realizar los tests para resolver casos criminales, de paternidad y evolutivos.
Roche tenía la patente de dicha enzima, pero por su relevancia, otro laboratorio, Promega, levantó una demanda por tratarse de un legado de la naturaleza. Se inició un largo juicio, cuyo único testigo en las declaraciones era este científico chileno. Fue como una película, y ganó mucha plata. Él tuvo la astucia de describir esa enzima recogida de un géiser, mientras que otro, el Premio Nobel de Química Kary Mullis, se le ocurrió usar este conocimiento para crear la revolucionaria técnica (PCR) con la cual hoy se realizan los estudios moleculares de la molécula de la vida.
Las 15 primeras:
Entidades que usaron trabajos chilenos
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Roche Molecular Systems INC
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New England Biolabs
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Wyeth
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Icos Corp.
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Abbot Laboratorios
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Lonza INC.
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General Hospital Corp.
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Guilford Pharmaceuticals INC.
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General Electric
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Beech Nut Nutrition Corp.
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Harvard College, Pres. & Fellows
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Procter & Gamble Co.
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Merck & Co.
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USA Health & Human Services Dep.
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Univ. California, Regents
disculpen lo extenso…pero es importante leer todo…
leanlo…que opinan??? !wackala!