Este artículo es del diario Olé. Simplemente conmovedor (tienen verso los argentinos, din duda).
"Volvió. ¡Y cómo!
De cuento, para el recuerdo eterno, con la magia de antaño, galáctico, con zurda sutil, provocador de ovaciones emotivas, gargantas afónicas y un festejo… Perdón: tres festejos verdaderamente matadores.
¡Volvió!
¿Podrá Marcelo Salas olvidar la noche de anoche? ¿Cómo se hace para soñar, siquiera, con volver a jugar como titular después de más de un mes y darle a River, con tres goles y una asistencia, la clasificación para los cuartos de final de la Copa Libertadores? Así fue, aunque usted no lo crea. El chileno saltó de nuevo a las canchas y mató. Como hacía mucho no lo hacía en semejantes cantidades. Mató, como nadie parecía recordar. Y mató, como quizá solamente Astrada confiaba hace 20 días, cuando advertía que “Salas nos va a salvar”. Y lo salvó.
Preciso, punzante, metido en el partido, parlanchín por experiencia y por la capitanía que el técnico le dio debido a la ausencia del otro Marcelo, Gallardo. El Matador fue un compendio de aciertos en un primer tiempo brillante: diez pases bien, uno mal, un foul recibido y otro cometido, una pelota perdida, tres tiros al arco… dos goles. El primero, bestial: recibió de Sambueza afuera del área, la paró con la derecha y, siempre en el aire y sin dejarla picar, le metió un sablazo de zurda que se metió —inalcanzable— a la izquierda de Mora. Tre-men-do. Tremendos gritos, inconfundibles abrazos de todos los jugadores con el chileno como base de la montaña humana. Hubo, también, rodilla izquierda en sobre el césped, índice derecho apuntando hacia el cielo… ¡No podía faltar el clásico festejo! El segundo gol fue un tanto más sucio por la definición: combinación, con roces varios en defensores, entre Rolfi-
Diogo-Rolfi, centro para Salas, toquecito de zurda… Reasco no pudo sacar y terminó metiéndola hasta el fondo. También, claro, hubo rodilla e índice…
11 de oro. La sorpresa, apenas el Jefe hizo pública la formación, fue gigante: “¿Cómo es que juega Salas?”. Incrédulos, los hinchas recorrían el anillo del estadio con mucho de resignación. Algo lógico por la seguidilla de lesiones del chileno (13 desde que volvió a River) y por los pocos partidos que había jugado junto a Farías, su compañero de ataque (cuatro y nunca más de un tiempo). Los movimientos de la dupla, sin embargo, fueron aceitados: el Tecla por los costados, yendo y viniendo, laburando a full, y Salas para matar, bien por el centro y retrasándose de a ratos para armar y respirar. Después de ese primer tiempo sobresaliente, el segundo no fue menos espectacular: a los dos rozó (chocando con Ambrosi y Espínola) al gol un centro de Domínguez; a los cinco se la sacaron justo cuando, tras bajarla con el pecho, iba a meter otro zurdazo; un minuto más tarde se lo impidió el travesaño; a los 14 asistió a Lucho y 4-0…
¿No será demasiado por una noche? ¿Se habrá recuperado la gente de tanta mala sangre, de tanta espera? El “chileeeeno”, clásico, eterno y de corazón, vale más que cualquier otra palabra. Vale como valieron los goles del delantero, su asistencia, su espíritu de capitán. De un capitán que quiere conquistar América."
EN FIN 