Encontre este artículo y lo encontre interesante para compartirlo con ustedes, espero que no haya existido antes, caso contrario lo dejamos correr nomas, saludos
¿Quien no tiene una manía, una pequeña obsesión que va y viene, un temor oculto a que pase algo?
Cuando estas cosas, triviales en apariencia, interfieren en la vida de una persona, se convierten en una desesperante enfermedad: los trastornos obsesivo compulsivos. Sin embargo, entre el 1 y el 2 por ciento de la población convive amigablemente con algunos de esos síntomas. La ansiedad suele estar detrás de la mayor parte de esta «locura de la duda»
Lavarse las manos hartas veces al día, ordenar el escritorio milimétricamente, tardar horas en vestirse, andar pisando sólo las baldosas rojas, revisar el mismo lugar bastantes veces seguidas, creer que encender un cigarro supone el comienzo de un pavoroso incendio en Nueva York… El rosario de «manías» de los enfermos que padecen trastornos obsesivos compulsivos (TOC) es largo y sorprendente. Aunque esta palabra, «manía», tiene un significado diferente en argot psiquiátrico (fase de euforia de un paciente depresivo bipolar), aquí emplearemos su acepción popular. Se trata de una patología grave y que incapacita en gran medida a quien la padece, tal y como llevó a las pantallas de cine el actor Jack Nicholson en la película «Mejor imposible». Su papel de enfermo obsesivo compulsivo era fiel a la realidad. Según los expertos, en las dos últimas décadas se ha avanzado enormemente en su tratamiento, que pasa por la administración de algunos fármacos antidepresivos y de psicoterapia que intenta modificar los impulsos irracionales. Todos tenemos, sin embargo, pequeñas manías u obsesiones que nos acompañan durante años y que no tienen por qué constituir una enfermedad. Entre el 1 y 2 por ciento de la población muestra síntomas obsesivo compulsivos que no llegan a constituir una patología, según estudios realizados en Estados Unidos. El especialista Jerónimo Sáiz, jefe de Servicio de Psiquiatría del Hospital Ramón y Cajal, de Madrid, indica que la incidencia de la enfermedad como tal en España es muy baja, del orden de una persona por cada 2.000 habitantes. Hay que diferenciar, pues, entre la conducta obsesiva -sujetos perfeccionistas, detallistas e hiperresponsables- y los pacientes psiquiátricos que necesitan del apoyo de profesionales para salir del pozo sin fondo de las obsesiones. Según Francisco Alonso-Fernández, presidente de la Asociación Europea de Psiquiatría Social y catedrático de Psiquiatría de la Universidad Complutense de Madrid, un ejemplo ilustre de enfermo de TOC fue Juan Ramón Jiménez. El poeta era un obseso de la limpieza y de los escrúpulos morales (ideas obsesivas relacionadas con la religión). En el afamado Nobel, los trastornos obsesivo compulsivos se mezclaban con episodios depresivos que le postraban en la cama durante meses. Un caso raro, porque la mayor parte de las personas aquejadas de dicha dolencia suelen perder la mayor parte de su vida profesional y personal por el camino. Por contra, una personalidad obsesiva fue la del monarca Felipe II. Perfeccionista, detallista y meticuloso, el Rey destacaba por su forma de ser monolítica, casi tan fría y gris como las paredes del monasterio de El Escorial, que mandó construir tras años de estudiados preparativos